CIUDAD INSTANTÁNEA
La ciudad contiene la proyección del individuo y la sociedad sobre una extensa área física en la que se realiza todo tipo de intercambios simbólicos y fugaces donde identidades colectivas y particulares producen relaciones dentro de las instalaciones que la conforman. El paisaje urbano también puede ser un espacio concebido por el pensamiento, una construcción mental del individuo en cuyo núcleo continuamente surgen nuevas estructuras virtuales. Transitar estos espacios, las calles mismas, implica el proceso de lectura de un texto simbólico que exige el conocimiento de sus códigos. La urbe es un producto que puede ser asimilado y desechado.
Un recorrido casual nos presenta arquetipos aleatorios espontáneos. Estos momentos de acción frustrada y tiempos muertos son consecuencias del entorno y de un contexto aparente: La cuadrícula monótona de las edificaciones siempre dentro de matrices y estructuras de patrones repetitivos, Edificios, transeúntes, vehículos, todo el entramado y la telaraña urbana que se despliega ante nuestros ojos materializan una escenografía que puede ser interferida imperceptiblemente al convertir a sus personajes en protagonistas de una instantánea, acercándolos por medio de un juego crónico de zoom; lo que se asemeja a la acción del biólogo que mediante un microscopio observa microorganismos en su contenido natural. El transeúnte incógnito solo existe en la medida que circula y atraviesa el mismo espacio que genera. La urbe cataliza su desamparo y su anonimato. En términos de composición, solo sabemos de él que ha salido de algún lugar, desde algún punto ciego del encuadre y todavía está atravesándolo. Y encuentra la ciudad lista para ser consumida, lista para servir.
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